martes, 4 de enero de 2011

La realidad paralela o ser de pueblo, todo es uno

Aunque viví en ciudades grandes y hay que darle al César lo que es del César y reconocer que en oferta cultural y de ocio, bullicio y cosas que hacer son la leche, una es de pueblo, es niña aldeana; criada a caballo entre la sombra del Padre Breamo, la ribera del (también Padre) Eume y en su lecho mortuorio: la fantástica ría de Ares de los años 80.
Ser de pueblo es lo más.Hay de todo y para todos. desde la galería de personajes más onírica y surrealista que se le hubiera podido pasar por las mientes al paisano Ramón María hasta las cosas más pequeñas y livianas, historias de todos los días, lugares comunes de mil vidas pasadas, presentes y aún por venir.
En las ciudades, grandes o medianas, también se dan estas historias y estos caracteres, pero, y ahí reside la grandeza de los pueblos, uno debe considerarse afortunado si es capaz de tropezarse con uno de ellos, porque en estas colmenas antropocéntricas y deshumanizadas a partes iguales reina un monarca tiránico y cruel, el anonimato.
Niños aldeanos que en el mundo habéis sido, haced examen de conciencia y resolved si vuestra vida, vuestro humor y las lentes de mirar el mundo que os rodea serían las mismas sin los caballitos de las fiestas de las Peras (aquí que cada uno ponga las fiestas de su pueblo predilecto, libre elección del inefable lector), sin Maruja de Freire, que vivía en una ruina de casa con eterno olor a lareira, pero que se ponía los pendientes de oro para ir al médico y siempre tenía una moneda de chocolate y una historia más o menos inverosíml que contarte, con un gesto serio como la muerte pero los ojos brillantes de burla. sin las de la tienda del Pino, con su máquina antediluviana de cortar fiambres, que te envolvían las gominolas en un papel de estraza que olía a algo a lo que nunca olerá el plástico malsano en el que poco a poco nos acabaremos por envolver hasta a nosotros mismos. Sin Carmen y Maruchi, modistas hijas del sastre... y su mamá, la señora María, que siempre quería jugar al parchís, anciana como una esfinge, pero de piel suave, con olor a jabón de La Maja. Sin Carmen (de mal nombre la Tarrata), que me enseño a andar y hoy soy yo la que la coge de gancho cuando me la encuentro. Sin Pilar y Oti, que me enseñaron a ensartar careixóns en una hierba para que no se machacaran y a decir con orgullo que mi casa, mi país se llama Galiza y nunca España. Sin el señor Penelas, que me prestaba la burra para bajar a Padrelo los días de arrincar as patacas y llevarle a medio Ombre, que venía a ayudar a mis abuelos, remesas de Estrella Galicia suficientes para hacer flotar un portaaviones. Sin mi vecina del alma, la Luísa, amiga fiel de mamá y papá, persona ejemplar, alegre y noble ( y según comentaba su madre, la Cándida, con un parecido innegable a la reina Sofía -pero de nova, oíches, que daquela si que valía...-). Sin la tía Maruja, que te enseñaba como nadie a beber con una hoja de berza y a hacer chiribicocós con media nuez y un palillo y a tocar canciones de Machín con ellos. Sin el abuelo Suso, que me sacaba a bailar subida en la punta de sus pies. Sin abuelo Eusebio, que nos llamaba a todas las nietas "Paloma" y silbaba como un mirlo. Sin Pepiñoé, que siendo un niño con cuatro pelos en el bigote, se escapó de la batalla del Ebro y se volvió a pie a Pontedeume, solo con su requinto debajo del brazo, porque "el xa vira que alí non se lle perdía moito" y tocaba el saxofón en la bodega del abuelo, bebiendo vino y ciscándose en los muertos del Claudillo, sin Jaime o Petán, que hacía, con una navajita, flautas con tallos de biouteiro. Sin Candita, la del Super Valentín, que te sumaba la cuenta en un plátano y te vendía Negritos, barajas de Heraclio Fournier, agujas o azafrán con el mismo salero. Sin Suso el barbero, que te dejaba colarte por la trampilla del escobero de la barbería, que daba directamente a la escalera de la tia Ila y la bisabuela Lola la Jorecha (las mismas que te llevaban cada año, puntuales, el 7 de septiembre a las doce en punto a ver la salida de los mómaros en la Plaza Real) y así aparecías en su casa sin llamar, por sorpresa y se alegraban un poquito más de verte. Son tantos, y muchos más los que aún quedan por desfilar en este guiñol que todos tenemos por memoria. Son mi versión propia de os outros feirantes, son a miña xente ó lonxe...
Cambiadles el nombre, el oficio o el mote y ahí están, son los vuestros, los de todo el mundo; los que aún están y los que se fueron, pero no del todo, porque viven para en la memoria, en las risas y las lágrimas de las personas que una vez tuvieron la fortuna de conocerlos, quererlos y ser queridos por ellos.

1 comentario:

  1. A mí me gustan las ciudades grandes pero según para qué; están bien para pasar temporadas cuando uno es mayor. No hay nada como ser niño de pueblo y no serlo yo creo que es lo más parecido a no tener infancia, coño ya.
    Y qué grandes los personajes del tuyo... del mío por consorte ya conoces a unos cuantos, e moitos máis que xa non están...

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