jueves, 27 de enero de 2011

jazmines en el pelo y arrugas en la cara

La gente ya no tiene arrugas en la cara, sólo la valiente. La gente ya no dice la edad que tiene, como si fuera un motivo de escarnio llevar más tiempo que tus compis en la bola polucionada ésta que nos sostiene. La gente ya no se ríe a carcajadas ni hace muecas, paralizados de terror y bótox ante la idea de tallar en sus caras las muescas de sus vivencias. De tanto reprimir el gesto, a algunos se les ha olvidado el sentimiento que los provoca...
Este verano perdí, perdimos, mejor dicho, a una persona que fue y supongo seguirá siendo uno de mis modelos, un pilar importante durante esos años duros de nalga y blandos de mollera que son la adolescencia. Senos fue Cristina y todos los que la conocimos y más los que tuvimos la inmensa fortuna de ser sus alumnos, nos quedamos vacíos y con una incómoda sensación en el cogote, como cuando te pica la etiqueta del jersey nuevo; supongo que será porque ninguno nos atrevimos nunca a confesarle lo muchísimo que la queremos, admiramos y respetamos. Nos enseñó mucho más que a mirar con ojo crítico un texto literario y a desmenuzarlo sílaba a sílaba... nos enseñó a mirar este gran esperpento que es el mundo y la novela picaresca de la sociedad que nos rodea y a nosotros mismos con la mirada amarga y burlona de un Valle-Inclán y un tanto de la rectitud y adustez deseperada de Don Benito... Aprendimos a no callarnos nunca nuestra opinión, a luchar por nuestras inquietudes y que Goliath gana siempre, pero si le muerdes y le arañas con todas tus fuerzas, acaba por tomarte en serio. Verla entrar en el aula, con su maravilloso pelo lleno de canas y los ojos y la boca cercados por arrugas. Ojos vivos, listos, repletos de chispa y energía de vivir y esa boca, exultante de risas, historias que ella convertía en bellísimas y sabiduría indiscutible. Imposible no amarla a primera vista y llevarla en el corazón para siempre a esta roja auténtica, humanista total, a este ser humano bondadoso.
Viene esto a colación de la primera frase de este artículito, de esa fobia que parece plagarnos en esta época, de escudar toda la valía de un ser humano en la tersura de su rostro y la turgencia de sus senos o en lo poblado de su azotea, aun a riesgo de convertir un semblante en una mascarada rocambolesca, exenta de expresividad y restos de haber tenido una vida o haber sentido emociones. En un monstruo plástico y absurdo.
Y mientras estas cosas suceden a nuestro alrededor, ella va y se larga y nos quedamos aquí con un palmo de narices, con sus historias de la cárcel, de los grises, del sindicato, de los fusilados a cuenta del ilustre Nobel,con el callejón del Gato y el realismo mágico... y con esa sonrisa que reconforta y da calorcito también en estos días de frío polar.
Hasta siempre, amiga!

viernes, 21 de enero de 2011

Tojeiro, las voses alteriadas, Leire Pajin y otros adalides de lo postmoderno.

"me dijo que me fendía la cona en sienmil pedasos" decía la buenaza de la señoriña cuando su compañero de testimonio la interpelaba al grito de "CANTA CLARO!!!!" e ela, que era ben mandada, cantou claro, e tan claro que, sen sabelo acabou poñendolle voz, sen cara, a algo que xa é máis que un chiste, unha anécdota do youtube; a muller que cantou claro (te la fendo y te labro) é unha epígona da galeguidade, un símbolo perdurable dunha forma de facer as cousas e de entender o mundo que nos rodea que só se comprende cando un nace a esta beira do telón de Jrelos e sabe a significación última de "lo coguió y lo jindó al medio de la carretera..."
digna herdeira do maestro, do home bueno, do señor que despois de trasquilarse a dúas prespitutas (telepizza, ti NON INVENTACHES NADA, vale???) aínda tiña ánimos para papar a tazada de colacao e botarlle unha siesta reparadora de esas que che parece que nunca durmes máis.
Sirva esta breve introducción para expoñer o meu concepto personalísimo da postodernidade e do postmoderno. este dous personaxes - fenómeno son , sen dúbida o exemplo máis claro de que non é moderno nin simbolo do seu tempo aquel que se propón tal obxetivo, senón o que leva dentro de si diamante en bruto eque, por unha parte, non o sabe e pola outra non quere deixarse tallar. Digovolo eu que cada dia teño a desgracia de verme durante 8 horas rodeada de xente que cren ser, saber, estar e o único que fan realmente é parecer (conachos). Finxir, intentar ir sempre plus ultra presentando coma única credencial o vulto da nómina non soportada cunha educación nin cun saber nin sequera cunha calidade humana é o verdadeiro signo dos tempos que corren... eso ou ir vestido coma un lardeiro porque en un suburbio de Tokio habitado por adolescentes suicidas que se prostituen para comprar un bolso de Prada antes de rebanar as venas na súa ratonera-habitación "es lo másssss"... nunca vin nun espello a miña cara cando escoito tales afrentas á decencia humana, pero seguro que non debe ser nada boa...se souperan que todos ese nomes que eles din para min non queren decir nada, se puideran ver dentro da miña alma a piedade que me inspiran esas cabezas de chorlito, ovellas manipuladas cun opio moito máis barato aínda que o botón dos semáforos... non sei, supoño que serian eles os que sentirían lástima por min e pola miña desvinculación polo mundo do que realmente mola e é chic...ó mellor son eles os que teñen razón... xa o dicía o maestro...buscando objetos que les valieran... dinero mucho mejor...
Leir Pajin non ven a nada, é sólo que a odio. HIJALAGRADISIMAPUTA(tránsfuga)

martes, 4 de enero de 2011

La realidad paralela o ser de pueblo, todo es uno

Aunque viví en ciudades grandes y hay que darle al César lo que es del César y reconocer que en oferta cultural y de ocio, bullicio y cosas que hacer son la leche, una es de pueblo, es niña aldeana; criada a caballo entre la sombra del Padre Breamo, la ribera del (también Padre) Eume y en su lecho mortuorio: la fantástica ría de Ares de los años 80.
Ser de pueblo es lo más.Hay de todo y para todos. desde la galería de personajes más onírica y surrealista que se le hubiera podido pasar por las mientes al paisano Ramón María hasta las cosas más pequeñas y livianas, historias de todos los días, lugares comunes de mil vidas pasadas, presentes y aún por venir.
En las ciudades, grandes o medianas, también se dan estas historias y estos caracteres, pero, y ahí reside la grandeza de los pueblos, uno debe considerarse afortunado si es capaz de tropezarse con uno de ellos, porque en estas colmenas antropocéntricas y deshumanizadas a partes iguales reina un monarca tiránico y cruel, el anonimato.
Niños aldeanos que en el mundo habéis sido, haced examen de conciencia y resolved si vuestra vida, vuestro humor y las lentes de mirar el mundo que os rodea serían las mismas sin los caballitos de las fiestas de las Peras (aquí que cada uno ponga las fiestas de su pueblo predilecto, libre elección del inefable lector), sin Maruja de Freire, que vivía en una ruina de casa con eterno olor a lareira, pero que se ponía los pendientes de oro para ir al médico y siempre tenía una moneda de chocolate y una historia más o menos inverosíml que contarte, con un gesto serio como la muerte pero los ojos brillantes de burla. sin las de la tienda del Pino, con su máquina antediluviana de cortar fiambres, que te envolvían las gominolas en un papel de estraza que olía a algo a lo que nunca olerá el plástico malsano en el que poco a poco nos acabaremos por envolver hasta a nosotros mismos. Sin Carmen y Maruchi, modistas hijas del sastre... y su mamá, la señora María, que siempre quería jugar al parchís, anciana como una esfinge, pero de piel suave, con olor a jabón de La Maja. Sin Carmen (de mal nombre la Tarrata), que me enseño a andar y hoy soy yo la que la coge de gancho cuando me la encuentro. Sin Pilar y Oti, que me enseñaron a ensartar careixóns en una hierba para que no se machacaran y a decir con orgullo que mi casa, mi país se llama Galiza y nunca España. Sin el señor Penelas, que me prestaba la burra para bajar a Padrelo los días de arrincar as patacas y llevarle a medio Ombre, que venía a ayudar a mis abuelos, remesas de Estrella Galicia suficientes para hacer flotar un portaaviones. Sin mi vecina del alma, la Luísa, amiga fiel de mamá y papá, persona ejemplar, alegre y noble ( y según comentaba su madre, la Cándida, con un parecido innegable a la reina Sofía -pero de nova, oíches, que daquela si que valía...-). Sin la tía Maruja, que te enseñaba como nadie a beber con una hoja de berza y a hacer chiribicocós con media nuez y un palillo y a tocar canciones de Machín con ellos. Sin el abuelo Suso, que me sacaba a bailar subida en la punta de sus pies. Sin abuelo Eusebio, que nos llamaba a todas las nietas "Paloma" y silbaba como un mirlo. Sin Pepiñoé, que siendo un niño con cuatro pelos en el bigote, se escapó de la batalla del Ebro y se volvió a pie a Pontedeume, solo con su requinto debajo del brazo, porque "el xa vira que alí non se lle perdía moito" y tocaba el saxofón en la bodega del abuelo, bebiendo vino y ciscándose en los muertos del Claudillo, sin Jaime o Petán, que hacía, con una navajita, flautas con tallos de biouteiro. Sin Candita, la del Super Valentín, que te sumaba la cuenta en un plátano y te vendía Negritos, barajas de Heraclio Fournier, agujas o azafrán con el mismo salero. Sin Suso el barbero, que te dejaba colarte por la trampilla del escobero de la barbería, que daba directamente a la escalera de la tia Ila y la bisabuela Lola la Jorecha (las mismas que te llevaban cada año, puntuales, el 7 de septiembre a las doce en punto a ver la salida de los mómaros en la Plaza Real) y así aparecías en su casa sin llamar, por sorpresa y se alegraban un poquito más de verte. Son tantos, y muchos más los que aún quedan por desfilar en este guiñol que todos tenemos por memoria. Son mi versión propia de os outros feirantes, son a miña xente ó lonxe...
Cambiadles el nombre, el oficio o el mote y ahí están, son los vuestros, los de todo el mundo; los que aún están y los que se fueron, pero no del todo, porque viven para en la memoria, en las risas y las lágrimas de las personas que una vez tuvieron la fortuna de conocerlos, quererlos y ser queridos por ellos.

sábado, 1 de enero de 2011

Vanitas Vanitatis

Cando era pequena, só a idea do ano 2000 daba pavor de seu. Xa me vía, coma nos Jetsons, indo a traballar nunha nave espacial utilitaria e vestida coma a dos anuncios da neutrex ou Barbarella. As casas domotizadas farían quedar en ridículo á cociña psicodélica de Las que tienen que servir; a xente viviría máis e mellor e, en xeral as cousas cambiarían radicalmente. Pois non, resulta que teño un Micra (que hai que admitir que se lle parece bastante á nave dos Jetsons), levo jeans e converse, ó máis puro estilo fifties e a miña cociña resístese a facerme o almorzo. Pode ser que a xente viva máis tempo, pero a merda e a traxedia plágannos igual que no século pasado, eso si, podemos contemplar todo a circo de miserias que nos envolve en directo e en HD.
Xa dende fai algúns anos o primeiro día de Xaneiro tráeme unha inquedanza interna que se agranda. Un mal sabor de boca, como un regusto metálico e acre, igual que o queda despois de meter na boca unha culler de alpaca. Non creo que sexa polo paso do tempo en si, ou a perspectiva de envellecer. Non. É pola certeza de que as cousas nunca van ser mellores, de que a xente segundo vai pasando o tempo é máis ruín e cretina e de que, como dicía moi acertadamente Mark Renton, en pouco tempo, non haberá homes nin mulleres, sólo gilipollas.
A pesar diso, estou contenta, teño todo o que quero, dentro dunha orde razonable, e a xente que me rodea non ten máis problemas que as pequenas traxedias intrínsecas a unha vida normal. Así que, outro un de xaneiro máis, é tempo de engulir o regusto metálico, mirar para o que nos espera e confiar en que todos os que me rodean e ós que quero sigan sendo homes e mulleres, e non o outro.
Feliz ciclo de movemento de translación novo a todos e todas, facedeme un favor grande: Comede, bailade, chorade, ride, facede troula, cantade na ducha, disfrazádevos, falade mal do goberno, quedade para tomar un café e, por favor, non me faltedes nunca!